lunes, 13 de abril de 2015

Nos murió Galeano


Cuando la muerte pronuncia un silencio tan profundo como el de Eduardo Galeano uno no puede más que cuestionarse todos los sonidos.

La punzada aguda que me atraviesa desde el estómago hasta la garganta se va haciendo arabescos en mi cuerpo, ensarta el hígado y los pulmones, el corazón y el diafragma. Una espina de mil puntas que no suena, que no existe, que no me mata y que aun así permanece.

Me cuestiono a la muerte con su egoísmo indiferente y poderoso sometiendo a mi egoísmo débil, aniñado, amante, humano.

Cuestiono mi voz desvaída de vocablos, harta de decir, a mis manos hartas de escribir, qué inútil cada palabra que no sea Eduardo Galeno. Qué atronador todo el silencio que habita en las frases que no alcanzo a decir, qué viva la herida en que la pequeña muerte de un hombre le duele tanto a tantos otros.


Hoy los latinoamericanos nos morimos todos un poco con la muerte de Galeano, y hay tantos que lo ignoran, que se murieron y ni se dan cuenta. Pobres los que no lo saben, pobres los que no quieren saberlo.

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