lunes, 14 de septiembre de 2009

Relojes de Arena



Todo lo arrastra y pierde este incansable
Hilo sutil de arena numerosa.
No he de salvarme yo, fortuita cosa
De tiempo, que es materia deleznable.

Jorge Luis Borges “El Reloj de Arena”


No resulta difícil pensar que al verse envejecer algún inmensamente antiguo beduino, o un negro colosal y arqueado en una playa, sintieran su vida como arena deslizándose fuera de su cuerpo, a engrosar las infinitas dunas, dejarse arrastrar hasta el fondo del mar. Nuestros desiertos viene y van, meciéndose sin mano que les voltee, aumentado hoy a cada instante como adelantándose al ocaso del mundo, “El bosque precede al hombre/ pero le sigue el desierto” dice Patricio Manns.

La arena, comparte con el agua cierta obviedad para ser el símbolo de lo inaprensible, se escurre entre los dedos, parece que transcurre y sin embargo permanece, como parece que el tiempo de transcurrir se trata y no existe.

No hay duda, yo creo en el tiempo, la realidad efímera de cada segundo lo apuntala, la eternidad en cambio no es sino algún delirio incomprobable, tampoco resulta comprobable que todo perece, sin embargo.

Aunque yo crea en el tiempo, me someta a él por ley, costumbre o curiosidad, por tener un límite que traspasar eventualmente, cuando llegue el momento (acaso eterno) de las definiciones; no puedo dejar de pensar que no existe.

Bien sé que soy aliento fugitivo;
ya sé, ya temo, ya también espero
que he de ser polvo, como tú, si muero;
y que soy vidrio, como tú, si vivo.

Francisco de Quevedo “El Reloj de Arena”

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