Los dioses fueron los primeros amos,
para mucha gente son aun los únicos. Los dioses fueron o son aún, quizás, amos
tan primigenios, que los amos más burdos, transitorios, mortales, como los reyes,
los líderes religiosos, los estados elegidos, algunos presidentes, otros tantos
famosos, ciertos bancos y hasta los dólares, invocan el derecho divino como
origen de su regencia.
Los dioses fueron los primeros amos
y, como todos los amos, divisaron mecanismos para mantenerse en el poder. Visto
así, se entiende que el cielo y el infierno son cláusulas contractuales, que el paraíso
es exactamente la misma trampa que la zanahoria en el palo de la escalada social, que el Hades y el averno son tipos de
interés eternamente al alza.
Si los dioses fueron los primeros
amos, Prometeo fue el primer revolucionario y como tal se hizo de él un castigo
ejemplar: por el inimaginable atrevimiento de llevar el fuego, que era una
marca registrada del Olimpo, a los humanos, se le encadenó a una roca y cíclicamente un águila (que yo voy a asumir era calva) devoraba su hígado durante el día.
Por la noche, que duraba lo justo, el órgano se regeneraba para así permitir al
águila reanudar su festín al despuntar el alba, vamos, una crisis financiera,
una burbuja hipotecaria, el sistema económico mundial, en dos platos.
Por un pleito similar botaron a Eva y
Adán del Edén. La serpiente fue la ideóloga pero fue Eva la que, precursora de
Wikileaks, le quitó una manzana al árbol del conocimiento. La verdad es que Yahvé
había sido muy claro, le había dicho (más o menos y parafraseando): “ No comas
de este árbol porque a mí me da la gana, las razones no te las digo porque no
necesitas saberlas (porque me da miedo que las sepas, y esto no lo dijo), tu
solamente tienes que saber que puedes vivir en paz (aunque no tengas concepto
de la vida) que puedes ser feliz (aunque la felicidad sea aburrida) siempre y
cuando vayas derechito y por la sombrita”.
Pero la gloriosa curiosidad de Eva le
ganó a las normas y Adán hizo la única cosa inteligente que se le conoce: prefirió anudarse a las caderas de Eva que a las alas de los serafines.
Luego vinieron los documentos
oficiales y la carta de despido y trataron de disminuir su papel y de hacer
creer a la gente que la cristiandad es una cosa patriarcal, pero es a la gran
matriarca (a quien imagino con caderas más anchas, labios más gruesos y tez más
oscura de lo que la imaginó Durero) a quien debemos el glorioso desafuero en
el que vivimos.
Ojeando un poco más el contrato, del
cual hay innumerables copias no oficiales, en versos, mitos y leyendas, nos
damos cuenta de que a nuestra porción de humanidad nos ha tocado el papel de Sísifo. El suplicio de Sísifo es rodar una
roca muy pesada (tan voluminosa y pesada como podía concebirla un dios), hasta
la cima de una ladera del inframundo y dejarla caer por el otro lado, pero cada
vez que se acercaba a la cima el peso de la roca se hacía insoportable y sus
fuerzas fallaban, deslizándose la roca otra vez hasta el comienzo del camino.
Las personas que no solo no estamos
conformes con el modo en que funciona el mundo sino que creemos que puede
funcionar de otra manera, estamos cansados de ver y vivir cada dos por tres
este escenario, subimos y subimos, enjugando estoicamente sudor, lágrimas y
sangre. La roca por su parte hace mucho que dejo de ser piedra sino una inmensa
pelota de mierda que crece y crece mientras los amos de turno, los cobardes y
los inútiles se cagan en nuestras esperanzas.
Algunos resisten más que otros. Algunos
más, drenados de todas sus fuerzas, se ahogan en la mierda que les envuelve y
se nutre de ellos y pasan a formar parte de la pelota.
A uno y a otro lado los rostros dicen
lo mismo sin enunciar jamás las preguntas:
¿Va a ser siempre igual?
¿Estamos condenados a que los zarpazos
de la rapiña, el desespero y el
desencanto nos consuman todas las fuerzas?
¿Hasta que nuestra mayor aspiración sea
mantenernos en el tope de la bola y que otros nos empujen?
¿El éxito es sonreír haciendo malabares
mientras mantenemos el equilibrio sobre un estercolero?
Y hay seres valientes que insisten, seres
infinitamente más fuertes que yo o que tantos otros encuentran maneras de
reducir las dimensiones de la bola, de animar más fuerza y convocar más gente
para apuntalar los hombros y subir. Y por breves instantes el aire se limpia y
trabajamos cantando porque nos sentimos fuertes, pero justo antes de la cima
los amos cagan toda la ladera y matan y
arrebatan a las manos necesarias y nos despeñamos todos de nuevo hasta el
fondo, con una carga el doble de pesada y mucho menos que la mitad de nuestras
fuerzas.
Es entonces que nace otra pregunta,
una pregunta que habita en todos pero que pocos se atreven siquiera a pensar.
¿Por qué? ¿Por qué hay que empujar la
mierda? ¿Por qué subirla por esta colina, como si en la cúspide fuera a apestar
menos?
La verdad es que se ha intentado y
basta con dar la espalda a la colina para que el resto del infierno, o del
contrato, se nos venga encima.
Golpes de estado, deudas eternas,
tratados de comercio, resoluciones arbitrarias, listas negras, acusaciones de
terrorismos, guerras preventivas, la siempre tácita amenaza nuclear, etc. Todo
pasto para que los miserables locales, la gusanera que nace y se alimenta de la
pelota de mierda, se crezcan y se apoderen de las pocas fuerzas que nos quedan.